8.6.08

Un sitio llamado Chile, por Ana Istarú









Soñar con alimento universal para los niños movía mucha adrenalina

Ana Istarú
Publicado en PROA de La Nación

| proa@nacion.com

Muchachos que hoy día envían frases de amor en la apretada sintaxis de los mensajes de texto, sépanlo: había una vez un sitio llamado Chile. Quiso cambiar el mundo. Quiso alcanzar el socialismo sin fuego y con buena letra: llevó al poder por la fuerza irreprochable de las urnas a Salvador Allende, presidente legítimo del sueño de los desposeídos, y de todos aquellos que no admiten vivir en un mundo donde haya desposeídos.

Los muchachos de entonces en todas las latitudes de América Latina, hará unos 35 años, cantábamos canciones de amor, porque en las canciones de amor cabía toda la gente. Deseo explicar: soñar con alimento universal para los niños movía más adrenalina que un auto de asientos de cuero y seis velocidades.


Pero querer cambiar el mundo es una osadía que se paga caro. Molestó, por ejemplo, a un militar de anteojos oscuros, a la oscura clase social que lo apoyaba y a los oscuros gobernantes de la más poderosa de las naciones.

Y como soñar un sueño intolerable se paga con la vida, pronto hará 35 años que Salvador Allende se despidió, desde una casa presidencial que desplomaban las bombas, de su pueblo chileno y de los pobres de la tierra, legándonos su intacta dignidad, apostando su sangre por su fe en el futuro.

De todos los chilenos y extranjeros que murieron durante el golpe de estado, sufrieron prisión y exilio, perdieron padres, pareja, hermanos, niños, fueron torturados o desaparecidos por compatriotas, habla la película El clavel negro, y del embajador sueco que se expuso a las balas amparado bajo el escudo de aire de una credencial, para salvar a centenares de la muerte.

Yo quiero hablar de todos los que en Costa Rica, en su medida, hicieron lo mismo, con credenciales o sin ellas, bajo las balas o sin ellas, en suelo chileno o en suelo tico, sin importar su filiación partidaria, porque la humanidad y la decencia no tienen color político.

De quienes los ayudaron a escapar o los acogieron, de quienes dieron techo o trabajo o nomás sea una canasta de comida a esos que estrenaban el nombre de refugiado. A ellos, mi respeto conmovido. A los chilenos, aquí o allá, o donde quiera que un niño chileno hable en lengua extranjera, mi amor que los años acrecientan. A mi país, mi gratitud porque todavía tengo un pasaporte que me da orgullo estrechar.

Muchachos que hoy día envían frases de amor en la apretada sintaxis de los mensajes de texto, sépanlo: había una vez un sueño llamado Chile. Quiso cambiar el mundo. Esta es su historia.

2 komente:

Anonim tha...

qué preciosidad de artículo, mi enhorabuena conmovida a ana

santi

Julia Ardón tha...

Así es, Santi...buscá en internet la poesía de Ana, es hermosísima.