21.5.08

TRAS LAS HUELLAS DEL DOLOR, por Isabel Ducca




¿Cómo queda una familia o un grupo humano y cada uno de sus miembros después de vivir una emergencia? ¿Cómo responde a la realidad ese grupo cuando una montaña, un río desbordado o la erupción de un volcán destruyen todo su hábitat? ¿Dónde corren a esconderse la fe, la confianza y la esperanza en el futuro cuando todo lo que tardaron una vida entera en levantar y construir para dejarle a sus hijos y los hijos de sus hijos se esfumó, se lo llevó la correntada, quedó debajo de la montaña o de la lava? Únicamente quienes lo hayan vivido pueden responder.

Siempre hay atenuantes y depende de las políticas estatales, si hay o no reposición y ayuda. La solidaridad humana es, en estos casos, lo único que salva. El abrazo de los hermanos o de las hermanas acompañado de un saco de arroz y frijoles con una cobijita y la leche para los niños empieza posiblemente a atenuar el golpe y a sanar la herida. Sin embargo, solo el tiempo puede sanar la herida, si sana. Pero la cicatriz queda para siempre.

El pueblo costarricense tiene veinte y cinco años de vivir una avalancha de atropellos, abusos, amenazas y engaños. Uno tras otro, como golpes de un tambor o un gong gigante se suceden en nuestra identidad social y han ido creando un cúmulo de dolores y desesperanzas colectivas.

Hubo un momento, al calor de la lucha contra el TLC, que antes del 7 de octubre la esperanza se asomó detrás de las montañas del Valle Central. Algunos y algunas fuimos alegres a recibirla, escalamos los montes y nos trajimos una luz y la dejamos encendida en nuestro hogar para siempre. Otros y otras no lograron escalar y llegar a tiempo, entonces únicamente la contemplaron y se llenaron de ilusiones. Otros los más desvalidos de los desvalidos ni siquiera la observaron porque están encerrados en el calabozo donde únicamente pueden escuchar la voz del amo dando órdenes o repartiendo amenazas. En las costas, un día sí y otro la confianza en el futuro les cerraba un ojo desde el monte o bien desembarcaba de una canoa con un mensaje que decía: "Esta Madre Tierra es para todos y todas sus hijas, pero debemos entregarla mejor de cómo nos la dieron".

Y, bueno, la historia es ya harto conocida. Nos recordaron que la Doctrina Monroe no fue escrita en vano. Nos recordaron que hay un imperio feroz y nos advirtieron que el Tercer Mundo, con todo y nombre, fue creado para alimentar al Primer Mundo. Nos recordaron que ellos nos descubrieron, nos bautizaron y nos venden o nos compran de acuerdo a la oferta y a la demanda. Y en "Tiquicia" nos quitaron varias vendas de los ojos. Una fundamental: el Tribunal Supremo de Elecciones es Supremo para ser absoluto en sus decisiones y no para garantizar equidad económica en la contienda, pureza electoral o control en los medios de comunicación. Por eso el ex embajador Langdale se paseó acompañado de un Premio Nóbel de la Paz infundiendo miedo y latigazos invisibles en la empresa privada, pero latigazos al fin. Y esos son los peores porque dejan los moretones en el alma y no se ven, pero los efectos se sufren diariamente.

Los empleados de Atlas fueron a votar SÍ al TLC; si no lo hacían, la empresa iba a ser vendida al capital transnacional. ¡El lunes 8 se enteraron que ya había sido vendida! Por la calle, recogíamos y escuchábamos las historias: "Me encontré a fulano, trabajaba en una empresa, les habían dicho que votaran SÍ porque de lo contrario los despedían. Igual los despidieron." No importa las estadísticas, si fueron pocos o muchos. Son seres humanos deprimidos, desconfiados y engañados. Son la desesperanza viva. En varios foros, hemos escuchado la necesidad de que los Comités Patrióticos vuelvan a ser lo que fueron. ¿Es la necesidad de la población o de los y las que estamos informados de lo que lo que sucede? Después de vivir un trauma, muchas personas no quieren saber nunca más del asunto. No hay una respuesta única frente al mismo hecho.

¡El 7 de octubre fue un día de trauma y luto nacional! Aún para los del SÍ, se trata de un luto, por más eufóricos que anden o anduvieran esos días. La euforia duró poco y no la festejaron. "¡Festejan más un partido de la final entre la Liga y Alajuela!", como decía una amiga mía. Ellos y ellas saben que enterraron un país. Y que en la nueva Costa Rica, la de los privilegios del capital nacional y transnacional caben muy pocos y deben competir entre ellos y ellas mismas. Pero lo peor es que deben acudir a menudo al oficio vergonzoso de doblar rodillas, recibir majonazos en el talón, torceduras de brazos y sin chistar. Al que chista le pasa lo de un señor ministro. Otros piensan, ellos y ellas ejecutan. Eso fue lo que ganaron. El señor Berrocal anunció, real o ficticia no se sabe aún, una insurrección en Liberación Nacional contra los Arias, a menos de un año del día del GRAN ROBO.

Por otra parte, la derrota ha sido asumida desde muchas ópticas en el Movimiento del NO. Lo más importante es que después del GRAN ASALTO ha continuado el saqueo y la destrucción de la institucionalidad costarricense a escala que cerramos los ojos, parpadeamos y ya han aprobado algo más nefasto de lo del día, la semana o el mes anterior. Esto ha sido golpe tras golpe. Ni siquiera en la violencia doméstica se vive una dosis de agresión continua, el agresor tiene, después de la crisis de agresión, un arrepentimiento, un espacio de perdón y olvido, aunque sea corto. Ya varios y varias lo han dicho, hay un duelo nacional que no hemos procesado. Retomo sus palabras para ver qué catarsis colectiva creamos.

Si queremos construir una democracia participativa, no lo podremos hacer cerrando los ojos al sentimiento de luto o trauma por haber confiado, haber luchado y sentirnos derrotados y derrotadas. URGE QUE NOS CONVOQUEMOS A MANIFESTAR Y A EXPRESAR LAS EMOCIONES Y LOS SENTIMIENTOS. Con discursos, proclamas, análisis y arengas no desaparecen las emociones y los sentimientos. Únicamente los negamos y los reprimimos pero están ocultos y, quizás lo más importante, impidiéndonos hacerle frente a la realidad.

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