26.6.07

La incidencia política de las mujeres afrodescendientes en las Américas, por Epsy Campbell


Fragmentos de una tertulia sostenida en Bogotá, Colombia hace pocos días.


(...) Me considero ciudadana del mundo por derecho propio. Creo que esa es la lógica que me permite estar en espacios como este.

Ahora soy presidenta de un partido político, pero mi historia es la de una activista con muchos altibajos. Desde que tengo memoria no me siento cómoda con el mundo que me tocó vivir, y por eso siempre pensé que era necesario hacer algo.

Con esa lógica de vida, que me manda a resolver no sólo los problemas propios, sino también a contribuir a solucionar los problemas de mi comunidad, me siento afortunada. Y me siento así porque hago parte de un grupo al que pertenecemos muchos de los que estamos aquí, o sea el de 150 millones de afrodescendientes.

Sin embargo no me siento parte de los 140 millones que están en total exclusión y eso me lleva a asumir una responsabilidad muchísimo mayor que la que tiene el promedio. Porque siendo parte de un colectivo excluido, he tenido la oportunidad de participar en diferentes espacios de poder formal y de poder social, construyendo justamente desde el colectivo, una forma diferente de hacer las cosas.

No soy de las que llega a pedir derechos, porque creo que ya hubo alguien que lo hizo desde mucho tiempo atrás para darme el lugar que tengo. Así que, en general, cuando llego a un espacio estoy convencida de ser una ciudadana de primera clase y con el derecho a sentarme en una silla con todos los demás, ni más pequeña, ni más grande. Pero eso me ubica también en un sitio diferente.

Soy madre de dos hijas, más grandes que yo, que me han hecho permanentemente preguntarme qué significa, en una sociedad como en la que vivo, llevar una lucha contra el racismo, la discriminación y sobre todo la exclusión de inmensas mayorías.

Dije antes que somos 140 millones de excluidos en América Latina y el Caribe; pero quiero decir que ese número asciende a 319 millones cuando hablamos de las personas que viven en la pobreza o en la miseria, cifra absolutamente inaceptable para pensar que las cosas están bien.

El 60% de la gente de esta región no tiene sus problemas básicos resueltos y no tiene posibilidades de disfrutar de lo que, se supone, son los derechos humanos para cada quien, con sólo el hecho de haber nacido persona. Hablamos, entonces, de colectivos mayoritarios, no de grupos pequeños.

(...)

En América Latina hay 4200 legisladores, hombres y mujeres. De esa cifra, aproximadamente 650 son mujeres, ese es el 20 %.

En un país como el mío son el 40% en esta oportunidad. De esos 4200, 70 son afrodescendientes, el 0.1%; y de ellos solo 11 son mujeres. Tal vez esa es una de las mayores evidencias de la situación de exclusión que viven las mujeres y los pueblos afrodescendientes.

Esas 11 mujeres representan a 75 millones de mujeres en la región, esto es para ver que el tema de la representación no es un tema menor. Esto pone sobre la mesa el tema de la democracia misma, y de cómo ese poder político formal va a resolver los problemas de las mayorías, cuando la fotografía todavía no muestra todo lo que está sucediendo.

Veamos las cifras: 75 millones de personas es dos veces la población de Centroamérica, dos veces la de Colombia. Veamos el nivel de profundidad que tiene el tema de la exclusión. Incluso 70 representantes afroamericanos son una vergüenza para la democracia de América Latina. Si consideramos datos oficiales de un país como Brasil, por ejemplo, donde el 50% de la población es afrodescendiente, tenemos que en el congreso de ese país solo hay 25 legisladores afro, entre una población de 80 millones de personas afrodescendientes.

El desafío que tenemos al incidir en las políticas públicas, es el de transformar también la fotografía. Y digo también, porque son tan poquitos los espacios que se abren, que quienes asumimos la responsabilidad de representar a nuestros países en los congresos y parlamentos no nos podemos limitar solamente a representar a la población de nuestro país sino de todos los países con población afrodescendiente.

En las elecciones pasadas de Costa Rica, el partido que yo presido “Acción Ciudadana”, estuvo a punto de ganar las elecciones, y yo era candidata a la primera vicepresidencia de la República. Los días anteriores estuve muy indecisa de aceptar la candidatura por muchas razones, entre ellas que siempre enarbolé el argumento sobre el cual yo nunca quería ser “Vice” nada, es decir, si me ganaba un espacio tenía que ser el primero. Pero de repente me ofrecen la “Vice presidencia” y acepté… Y la primera decisión que tomé ni siquiera lo hice pensando en mi propio país.

El partido que represento ha tenido una valoración muy positiva entre la gente de Costa Rica y durante algunos años, mientras estuve de diputada, siempre fui reconocida como la política de mayor reconocimiento entre toda la población de mi país; fui declarada en varias oportunidades como la mejor diputada entre otros reconocimientos. Tenía un respaldo político importante, y hubo una gran demanda de la gente de Costa Rica, por saber si iba o no a asumir la candidatura a la vicepresidencia. Yo duré cuatro meses entre el día que me propusieron la candidatura y el día que me decidí, pensando en si lo hacía o no, cuatro meses con una gran presión de la prensa, de la gente del partido, de mi familia. Entenderán que el debate interno era muy fuerte.

Las razones que me llevaron a aceptar la candidatura tenían que ver precisamente con la bajísima representación de los y las afrodescendientes. Por la misma época estuve en un encuentro feminista en Brasil, y me reuní con un grupo de mujeres negras con las que había trabajado durante mucho tiempo. Yo coordiné la red de mujeres caribeñas y afroamericanas durante cinco años, mucho antes de entrar a la política costarricense, así que conocía a muchas amigas negras en América Latina. Tenía pocas horas para decidir si aceptaba o no. Si me negaba a aceptar debía tener razones absolutamente sustantivas para argumentar por qué no. Pero si decía que sí, tenía que tener una propuesta que denotara un aporte cualitativo.

Lo que me impulsó a decidirme fue lo que me dijeron las mujeres con las que compartía ese espacio. Ellas me dijeron: Epsy, no tenemos referentes a nivel internacional, ni nacional, de los sitios a los que podemos llegar las mujeres negras. No solo se trata de una decisión individual, se trata de que para nosotras, en Brasil, en el lugar más lejano, en la comunidad más lejana, decir que hay una candidata a la presidencia, incluso de un país tan pequeño como Costa Rica, es un tema de empoderamiento del resto de mujeres afrodescendientes, es un tema que tiene que ver con romper los estereotipos. Porque significa, decían ellas, que si podemos ser vicepresidentas, podemos ser seguramente presidentas de la república.

(...)

Finalmente acepté, y lo hice pensando en los 80 millones de mujeres afrodescendientes más que en los cuatro millones de habitantes de mi país. Lo hice pensando en que, efectivamente nos han colocado en los lugares más tremendos como mujeres afrodescendientes, y que los estereotipos que recaen sobre nosotras son muchos y de todo tipo. No nos miran como lo que somos, y podemos ser lo que queramos pero hay lugares que están vetados para nosotras. Romper ese imaginario colectivo implica dar los pasos que hay que dar en el momento preciso.

En el proceso de conteo de votos, que era la situación más angustiante porque se tuvieron que contar muchas veces los votos para que ganara el que hoy es presidente del país, el respaldo y la cantidad de cartas de amigas negras de toda América Latina fueron muchas más que las de todos los costarricenses juntos.

Ver cómo esto no se trataba de un espacio personal, fue una de las más grandes gratificaciones que me llenaron el alma y el espíritu, y ahí me di cuenta de la enorme responsabilidad que tenemos quienes hemos tenido la oportunidad de estar en esos espacios de representación. En mi situación de parlamentaria de Costa Rica, afortunadamente no hay reelección, porque me ha permitido reflexionar mucho sobre los desafíos de lo que implica la incidencia política dentro y fuera del país.

En esa gestión de cuatro años, logramos crear el espacio llamado Parlamento Negro de las Américas, justamente como un espacio de incidencia en la política pública regional. Por supuesto era un espacio en el que el 90% eran compañeros hombres y el 10% éramos nosotras, la aritmética solo permitía que fuera esa la composición, pero justamente entendido como la posibilidad de colocar la agenda de los y las afrodescendientes en el plano regional y mirar que los temas de inclusión social y económica en América Latina, no se pueden mirar desde esa pseudoperspectiva neutral.

Si no vemos que los más pobres son 60% mujeres, que casi el 50% son negros y negras, que más de una tercera parte son indígenas, por supuesto que las políticas públicas que de allí emanen no van a considerar esa situación, y de nuevo va a haber una exclusión sobre la exclusión.

Por eso llevar la agenda de los y las afrodescendientes al plano global se convierte en una necesidad imperativa. Y aunque pareciera que lo global no impacta en lo local, hay que reconocer que lo hace y mucho.

Yo pregunto ¿Tenemos los afrodescendientes que formular políticas solamente pensando en nosotros? Y respondo categóricamente “no”. Tenemos, por supuesto, que saber dónde están las comunidades afrodescendientes, pero la transformación de la política parte de mirar la exclusión con los ojos mucho más abiertos que lo que lo ha hecho la historia con nosotros.

Mi agenda en Costa Rica no es solo la agenda de los afrodescendientes, es la agenda del país que tiene el 20% de la gente viviendo en pobreza, eso es inaceptable incluso comparado con los países que tienen el 50% 0 60% de pobres. No podemos trabajar solos, porque la estructura de exclusión es tan fuerte que no podríamos luchar contra ella por pedazos, tenemos que ser capaces de construir un nuevo modelo a partir de la propia práctica, a partir de las ideas que ya existen, con un compromiso absolutamente diferente con la gente. Es inaceptable que en este momento lleguen personas al poder político siguiendo las lógicas del poder individual, del mesianismo, de coger los recursos públicos como si fueran propios, y que nosotros, en el pueblo solo nos quejemos sin hacer nada. Peor aún, cuando llegan épocas electorales volvemos a votar por los mismos bandidos.

Es inaceptable que no continuemos creando colectivos políticos capaces de enfrentarse a eso, a la corrupción, al clientelismo, al populismo, al corporativismo, a la mentira. Es inaceptable que con las herramientas que tenemos no seamos capaces de construir algo nuevo. De algún modo encontramos un nivel de resignación que obliga a la gente a decir: “es que no podemos hacer nada”. Nada se puede hacer el día en que nos muramos.

(...) La transformación solo se puede dar en colectivo, no existe otra forma. En eso quiero hacer un llamado especial a las mujeres. Creo que se han impulsado muchos modelos de liderazgo concentrados en la lógica del poder como arma, en lugar de cómo construcción, como si el poder fuera una ametralladora, en lugar de ser una herramienta de construcción colectiva. Creo que los datos de exclusión que les di, nos hacen tener una oportunidad mayor, solo tenemos que ganar, ya no podemos perder más, del lugar en donde estamos ya no podemos descender más.

Se trata de hacer alianzas que nos permitan generar puentes para reconstruir lo que la fragmentación ha destruido. Reconstruir esas cientos de agendas que parecen estar tan dispersas y que evitan que nuestras comunidades avancen hacia donde tienen que avanzar.

Es un nuevo liderazgo que tiene conocimiento, pero que también tiene corazón y compromiso, que tiene una historia recorrida de nuestras ancestras y ancestros, quienes la tuvieron que pasar mucho peor y pudieron abolir la esclavitud dando la lucha. Sus condiciones eran muchísimo más adversas que las que tenemos hoy, ellos no tenían su libertad. Entonces ¿ cómo nosotros no vamos a tener la capacidad de generar los puentes necesarios para construir una agenda de inclusión? (...)

Incidencia significa hacer la diferencia caminando. Pensar y hacer, y de nuevo volver a pensar, pero haciendo. Significa dar pasos decididos hacia la sociedad que queremos que sea diferente a esta. Que ya no podamos seguir lamentándonos sino que tengamos la certeza de entregar a la generación que sigue, una sociedad mejor de la que vivimos. Yo
espero que haya motivación y ganas suficientes para asumir esta tarea dificilísima, pero que lo imposible se logra cuando creemos que es posible hacer el cambio.


Sesión de preguntas

¿ Cómo acceder a la política sin caer en el juego de la corrupción y las componendas que caracterizan el manejo de estos asuntos en un país como Colombia. Como ser políticos sin untarnos del lodo de las maquinarias.?


No voy a decir mentiras, pero la única manera de enfrentar ese terror es actuando en colectivo. Quienes de nosotros estamos dispuestos a asumir el riesgo, si partimos del hecho de que la vida misma es un riesgo, si no se asume el riesgo no se vive. Y quien no asume el riesgo de transformar, no hace nada y cuando llega a viejo se lamenta por no haber actuado. La recomendación que les hago a las generaciones de gente joven, es entrar a hacer política como colectivo, no importa el tamaño de este, lo que importa es el apoyo y respaldo que se den unos a otros. Hay que construir unos códigos de ética, hay que llegar a unas posiciones que no son negociables, como los principios. Cuando estás en alianzas haciendo cosas que antes criticabas a los otros, ya estás perdiendo, y lo peor es que no solo tú pierdes, sino que pierden quienes han confiado en ti, pierden la esperanza.

Hay que entrar en la política, desde afuera no se transforma todo lo que se puede transformar desde adentro. Grupos de mujeres que se respalden en colectivo, que tengan con quien reflexionar y con quien avanzar, es una herramienta fundamental para sobrevivir en este campo.

La política es como la selva, tu llegas ahí, no sabes qué tipo de animales hay, cuáles son venenosos y cuáles no, no te dicen qué se puede o no comer y de repente tienes que sobrevivir, pero hacerlo sin matar todo lo que está contigo.


¿En Costa Rica existe la misma realidad política que en Colombia, con respecto a los afrodescendientes?

Yo pienso que el racismo es estructural, es una base fundamental para mirar la exclusión, por eso puse la evidencia de que somos 150 millones de excluidos en América Latina. Creo que el acercamiento de clases no supera el racismo y la exclusión histórica. Como afrodescendientes no vamos a poder vencer la exclusión y el racismo por encima de las otras exclusiones. Es decir, nuestra agenda, que debe estar centrada en el racismo, no podrá hacer parte nunca de una sociedad que es esencialmente excluyente. Y no es posible hacerlo porque de lo contrario los países blancos no tendrían pobres.
Las mujeres podemos, desde nuestra historia del racismo y exclusión, mirar nuevas formas de ordenamiento de las sociedades en las que vivimos.

Por otro lado y con respecto a la pregunta sobre la exclusión en mi país, desde los años 90 fui una de las luchadoras más ácidas en contra del racismo en Costa Rica, un país que se decía blanco, europeo, sin discriminación de nada, con una democracia perfecta y milenaria y ahí estamos, por cierto, de mujeres pobres, afrocostarricenses, poniendo en evidencia el racismo del que éramos víctimas. Lo primero que siempre nos decían era que nosotras éramos las racistas, las autoexcluidas éramos nosotras, pese a las oportunidades que nos daba la sociedad.
El racismo tiene sus bases en la historia y en la ignorancia, porque quienes no pueden obtener beneficios ni culturales ni sociales al discriminar por motivos raciales, lo hacen por repetir estereotipos. Eso refuerza la cultura del racismo. Países como los nuestros, cuando excluyen a profesionales afro que concursan en diferentes espacios y en igualdad de condiciones, lo que hacen es perder un capital humano valiosísimo.
En Costa Rica han llegado 17 legisladores afrodescendientes de 900 que ha habido a partir del año 1953 en el parlamento, de los cuales 5 hemos sido mujeres.
En 1994 se hizo una encuesta en Costa Rica, en la que se preguntaba si las mujeres podían acceder a cargos políticos, el 70% de los encuestados respondió que las mujeres éramos buenas para todo menos para ser presidentas de la República. 11 años después, en 2005, se hizo la misma encuesta, y resulta que la opinión de la gente había cambiado en la misma proporción. El 70% de los encuestados dijeron que el país estaría mejor si fuese presidio por una mujer. Y cuando les preguntaron cuáles eran las características de una posible presidente de Costa Rica, el 73% de los encuestados identificaron a esta negra, que no es el prototipo del costarricense común, como la presidente de Costa Rica. Mi presencia en la actividad política a lo largo de estos años ha ido cambiando el inconciente colectivo de la gente, y yo me autodefino como afrocostarricense a pesar de la molestia que causa eso en algunas personas. En Colombia, el hecho de que una mujer negra haya sido nombrada como Ministra es un mensaje al inconciente colectivo que visibiliza a los afrodescendientes en la vida política nacional. Y cuando en la foto empiezan a aparecer los negros, la gente los empieza a ver con naturalidad y empieza a abrir los espacios y a entender que podemos llegar a cualquier lado. Así no haya comentarios positivos, el solo cambio de la concepción implica un cambio cultural. Yo creo que debemos empezar a posicionar políticas de discriminación positiva, porque quien está más atrás necesita que se le empuje para llegar a condiciones de igualdad. No se puede tratar como iguales a quienes son desiguales. Entonces, el reconocimiento de una condición histórica por causa del racismo, del tráfico transatlántico de personas africanas, y de la esclavización de personas, implica la generación de políticas universales, esas políticas llegarán, al menos, a una pequeña parte de la población.
Mi inserción en la vida política, para poner un ejemplo concreto, empieza en septiembre de 2001, no casualmente 10 días después de haber participado en la Conferencia mundial sobre el racismo, la discriminación racial y la xenofobia. Estando en esa conferencia no sabía qué me esperaba de la vida. Muchas de las agendas políticas se construyen desde lo social y su principal bandera es la construcción de redes sociales, cuando me ofrecieron la candidatura a la diputación, pensé en cómo hacer para no perder el horizonte. Mi propuesta de campaña fue simple: crear un órgano consultivo de organizaciones sociales hacia mi diputación, hacia la bancada del partido y hacia el parlamento. Logré las dos primeras, pero no la última porque el poder formal no quiere tener una interlocución institucionalizada con las organizaciones sociales.
Creo que es necesario crear una interlocución de las redes sociales con el poder político formal, sea por demanda de cualquiera de los dos. En mi caso fue de ambas, venía de las organizaciones sociales pero sabía lo difícil que es llegar al poder político y si yo tenía un espacio, consideraba que era un espacio para las organizaciones sociales, para la gente de mi comunidad afrocostarricense, y le di estructura a ese espacio que, dichosamente hoy todavía existe y se llama Concejo Consultivo de la Sociedad Civil, y es un mecanismo validado incluso en los estatutos de mi partido, como un órgano de diálogo permanente.

Creo que esos movimientos sociales, cuando son desestructurados del poder político formal, logran menos incidencia y nutren poco lo que pasa en el poder político. Y entonces pasa lo que pasa en Colombia, por ejemplo. Quién financia a los partidos políticos, con quiénes se comprometen los políticos.

Hay que generar esas relaciones que nos permitan hacer la transformación en la calidad de la política y la calidad de la representación, porque sucede que los representantes rinden cuentas a quienes pusieron el dinero para llegar al congreso, o a la gente que los eligió.


Yo planteo el tema de las referencias y el tema de la representación como temas separados. Cuando usted en la foto ve más negros, pues lo ve, no hay de otra, y efectivamente eso significa que hay espacios también ocupados por los negros. Y eso, en el inconciente colectivo no es una pregunta sobre cuánto representan estas personas al pueblo afrocolombiano. Quiérase o no, y yo represento a un partido político absolutamente progresista que tiene claramente establecidos los roles del Estado como un Estado que tiene que brindar a la gente el pleno disfrute de los derechos humanos, no es un Estado árbitro. Y volviendo al tema, con solo que exista una ministra negra, la niña que ve el televisor, que no le pregunta a la mamá nada sobre ese personaje, se da cuenta que hay alguien como ella en un lugar importante.

Evidentemente se requiere mucho más, claro que si, eso lo comparto, pero creo que ver gente negra en todos los lugares políticos hace que haya un cambio en la cultura de la gente.

Además, en el segundo tema, es una vergüenza que tengamos representantes como los que tenemos de casi de todos los colores. Y lo que tenemos que hacer es trabajar para convencer a la gente de que no vote por esos personajes. Cómo podemos seguir quejándonos de ese tren de maleantes que tenemos en América Latina gobernando nuestros países, sin hacer nada. Hay necesidad de construir nuevas propuestas, con la gente, sobre el miedo que tienen y motivarlos a construir otra sociedad, otro mundo.

Creo que hay dos posibilidades de hacer una propuesta política: una desde la ideología, definiendo primero cuál es la ideología y otra desde la propuesta misma. La exclusión de las mayorías es inaceptable en la democracia, creo que el Estado tiene que ser garante de los derechos de la gente, creo que los monopolios no son ni buenos ni malos cuando están en manos del Estado, si juegan un rol fundamental en la distribución de la riqueza; creo que quienes tienen que financiar los gastos y el quehacer del estado son quienes más tienen, porque la lógica del Estado es la de distribuir la riqueza, los que más tienen más aportan y los que menos tienen más demandan. Después nos ponemos de acuerdo en qué ideología es esa. Si discutimos largamente no llegaremos a ninguna parte. Daniel Ortega se dice de izquierda y es el tipo más corrupto que conozco.
Creo que debemos comprometernos con proyectos políticos que reivindiquen a las personas como el centro de la senda política, y cuando estemos allí nos daremos cuenta que las transformaciones se pueden hacer más rápido de lo que creemos.

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